TALENTO Y ESFUERZO: ¿Son incompatibles?
por Alejandro Busto Castelli
El planteamiento que hemos introyectado a través de la sociedad y el propio sistema educativo al que fuimos expuestos dice que si tienes el resultado esperado por otros tienes éxito. Muchos de nosotros, los adultos que hoy somos, estudiábamos para conseguir esos resultados que harían felices a nuestros padres y a nuestros maestros. Resultados socialmente aceptables que tenían forma de calificación y evaluación.
En aquellos años en los que desarrollábamos nuestra primaria y secundaria, estudiar significaba memorizar y aprender era sinónimo de aprobar exámenes. Luego era razonable que pusiéramos el foco en la nota y el resultado. Durante años memorizamos para aprobar pruebas, controles, exámenes, incluso en la Universidad era así. Digamos que nos hicimos muchas preguntas sobre cuáles eran los resultados deseados y muy pocas sobre los diferentes caminos para conseguirlos, básicamente porque solo había uno. O eso creíamos.
Memorizar para luego volcar en un papel o dos, lo recordado. Aprovecharnos más o menos de las capacidades de cada uno, para que nos colocaran en una escala graduada de resultados. Del 1 a la matrícula de honor. Del no sirve para "los estudios" al "será un brillante profesional".
Hoy muchos de nosotros nos encontramos siendo los padres, los referentes en los que nuestros hijos se apoyan para iniciar un camino de aprendizaje académico. Un camino que tiene que ver con su formación como seres humanos, que saben cosas y que saben cómo usarlas, cuándo usarlas y por qué usarlas. Seres humanos íntegros como personas, que saben aplicar escalas de valores y principios al conocimiento adquirido.
Un 10 es solo uno de los resultados posibles, ante controles, exámenes o pruebas de conocimiento a los que nuestros hijos se enfrentan. Como padres y madres... ¿Es el 10 lo que buscamos? ¿Y cómo lo buscamos? ¿A través del conocimiento interiorizado, el proceso entendido, el mecanismo comprendido, la historia cuestionada, el pensamiento crítico y la ejecución reflexionada? O quizás... ¿a través del conocimiento memorizado y repetido, la ausencia de comprensión ni entendimiento, la historia aceptada sin crítica, la ejecución sin reflexión? Porque la realidad, a veces tozuda y triste, es que con ambos "caminos", de ambos modos el resultado podría ser el mismo. Un "Diez".
Resulta entonces el éxito un gran impostor. Un enorme árbol que no deja ver el bosque, un ansiolítico pasajero que mientras controla la ansiedad, impide a su vez encontrar la causa, una trampa para estudiantes, profesores y padres que huyendo del fracaso que nos aterra, se topan de frente con el enemigo disfrazado de héroe. Terrible.
Algunos padres y también profesionales de la psicología sentimos que el paradigma del resultado, entendiendo este, como una calificación, un número, un hito socialmente aceptado al que hay que llegar sin importar como, está agotado. Que mientras no nos hagamos más preguntas sobre el proceso que lleva al resultado real, sobre el camino que lleva a esa meta, llamada conocimiento, espíritu crítico y capacidad de pensamiento y reflexión, de poco servirá acumular medallas y espejitos de colores.
Y puede que desgraciadamente creamos que nuestros hijos han llegado, cuando de repente aún no han empezado a caminar de verdad.
La psicóloga Olga Carmona me decía en una ocasión: "Al final de la carrera realmente no sabemos nada. En todo caso en qué lugar de la estantería se encuentra el libro que ahora tendremos que releer, interpretar, cuestionar, interiorizar para poder hacer un trabajo comprometido"
Y yo añado: cuando la Universidad acaba, acaban también los "Dieces" y entonces se acabaron las medallas, en el "ahora" profesional lo que hay es un cliente, un proveedor, un paciente, un ser humano en definitiva que necesita de verdad de tu conocimiento, talento y compromiso. No quiere tu teoría. Nunca te pondrá un examen.
Los profesionales en nuestro recorrido académico... al final solo estamos al principio del camino, y de forma cíclica por cierto.
Para ello, necesitamos quitarle el disfraz de demonio a otro farsante compañero de ese que llaman Éxito: El fracaso.
Empezar a entender y aceptar nuestros errores, dejar por fin de tener miedo a fracasar. Dejar de buscar obsesivamente el resultado para evitar decepcionar. Necesitamos más preguntas sobre el "como" y menos sobre el "que". Más preguntas sobre el potencial individual y la actitud personal. Como hacer de ambos un engranaje al servicio del niño y su aprendizaje.
Y entre las preguntas surge entonces una. ¿Acaso el talento o potencial natural no es una herramienta útil en el proceso de aprendizaje? ¿Es justo por ejemplo, demonizar a la memoria parte de la inteligencia de un ser humano, como forma de adquirir los conocimientos muchas veces necesarios?
Pues depende. La memoria, buena o mala, justita o de elefante, fotográfica o auditiva es una variable personal, un elemento de la inteligencia entendida de forma global, que es diferente en cada ser humano, que puede ser una enemiga o una aliada y que según este presente en nosotros de una manera u otra nos apoyará o no a obtener resultados, a corto o a largo plazo.
Una gran capacidad de memoria podría ayudarnos a obtener valoraciones muy positivas, dedicando muy poco tiempo a la tarea. En principio parece una buena condición. Sin embargo existe un aprendizaje secundario que dice: "Como tengo buena memoria, no necesito esforzarme". Y esto que puede ser verdad en un momento de la vida de un niño, puede no ser tan cierto en un momento posterior.
Ese talento individual expresado a través de una memoria potente estará presente siempre, sin embargo los tiempos de dedicación para incorporar tareas con mayores contenidos y aprendizajes más complejos, irán necesariamente aumentando. Y aumentaran al mismo tiempo que aumenta el cansancio y el hastío. Y mientras aumenta la desgana, disminuye la paciencia y echamos en falta lo que en nombre de la memoria, finalmente no aprendimos: La voluntad, el esfuerzo, la actitud de afrontamiento de las dificultades.
El esfuerzo es una actitud personal, que tiene que ver con elegir como afrontar una tarea, tiene que ver con la búsqueda de "algo para mí" en lo que hago, tiene que ver con el compromiso y tiene que ver con el reto y la superación.
A su vez abordar tareas como retos, tiene que ver con el bienestar, y el bienestar emocional es el caldo de cultivo perfecto para "aprehender". Esta vez con "H" intercalada... aprendizaje pegado a la piel. No para el examen, no para la nota, sino para la vida y por el placer de saber. Etimológicamente "agarrar", "sujetar", "aprisionar" el conocimiento.
Mientras que a veces el talento puede ser tirano en tanto en cuanto es diferente en todos nosotros y algunos da pero a otros quita, el esfuerzo es profundamente democrático porque depende de cada ser humano. El esfuerzo nos permite recorrer a todos caminos diferentes para llegar a objetivos similares. Depende muchas veces de querer llegar.
El esfuerzo es lo único que nos puede servir para evitar la trampa del talento. Porque el talento, la inteligencia, la memoria, la habilidad se tienen o no y cuando la única apuesta es esta... puede que tal vez nos quedemos por el camino.
Cuando un niño o un adulto se saben con un gran potencial, están casi condenados a regalarse altas dosis de actitud y voluntad. Convertir el talento, la memoria y la inteligencia en aliados y compañeros de viaje no es una opción es una obligación.
Y así de la mano del esfuerzo, el talento trabaja al servicio de la motivación, la capacidad y el potencial se subordinan al compromiso y de vez en cuando aparece la pasión por algo, inesperada, sorpresiva. El tiempo fluye y huye, el cansancio desaparece y por fin el niño estudiante se convierte en adulto profesional. Ese que tal vez cuando tenga sus propios hijos no tenga dudas de si el 10 es o no lo que buscamos.
Y en todo caso y sobre todo... que no tenga dudas de cuál es el camino para conseguirlo.